La historia no se repite pero rima, decía Mark Twain. Se acabará la crisis pero ya se encargará la función de encontrar otro punto de inflexión. Después de la euforia viene la derrota y después de la tormenta siempre llega la calma. Y así sucesivamente. Aprendemos a base de hostias. Hemos montado una fiesta en nuestra casa, nos hemos emborrachado, hemos bailado, hemos conocido a una tía, hemos comido un kebab a las 5 de la mañana y nos hemos metido en la cama. Lo que pasa es que al día siguiente tenemos una resaca del copón, el apartamento está lleno de mierda, hay que recoger y limpiar y nos hemos quedado sin pasta por no sabernos controlar.
Llega el sentimiento de culpa y el "no lo volveré a hacer". Por eso crece el respeto por el medio ambiente, hacemos las paces a través de la triple bottom line, llega el freeworking, el "yo te ayudo con esto y tú me echas un cable con esto otro", el mercado de segunda mano y el modelo low cost.
¡Ah, el modelo low cost! Desde Ryanair hasta Cien Montaditos, pasando por IKEA, Tiger y el freemium de internet. Se llega a veces a confundir lo gratuito con lo que cuesta unos pocos céntimos.
Lo que triunfa se acaba copiando, y el bar de Manolo ya ofrece cubos de cerveza por 3€ y tapas al pavo.
Hace diez años pagábamos 15€ por un cd de los Red Hot y hoy pagamos 4,99 por un acceso ilimitado al catálogo de música de Spotify.
¿Gastamos menos dinero pero con mayor frecuencia? ¿Quiere decir esto que se incentiva el consumo lo que reactiva nuestra maltrecha economía? Me inclino a pensar que así es. Nosotros nos buscamos las crisis pero nosotros mismos salimos de ellas. Estamos alumbrando un nuevo modelo de consumo, contribuyendo con lo poco que nos queda. Porque nos gusta saber que tenemos dinero y podemos gastarlo.
Durante la Gran Depresión se comenzó a comercializar un juego llamado Monopoly, que adquirió un éxito total pues concedía al jugador el poder, aunque ficticio, adquisitivo.
Durante la Gran Depresión se comenzó a comercializar un juego llamado Monopoly, que adquirió un éxito total pues concedía al jugador el poder, aunque ficticio, adquisitivo.
La historia no se repite –ya que somos más ricos que hace 80 años– pero rima –cambiando billetes del Monopoly por productos y servicios baratos pero reales–.