Antes de comenzar, propongo en ponerle una banda sonora a esta entrada. Algo suave, sencillo y un tanto nostálgico.
Cuando Sam Phillips oyó a Elvis hacer su imitación de los cantantes negros nació el rock and roll.
Cuando los jamaicanos se entusiasmaron por el R&B que oían en las emisoras de Nueva Orleans, se formó el reggae.
Cuando los grandes virtuosos del rock psicodélico se reencontraron con el blues de John Hookery Howlin Wolf, se creó el heavy.
Cuando los visionarios de la vanguardia negra descubrieron y ayudaron a una bailarina blanca que se moría por triunfar surgió Madonna.
Aprovecho mi blog para hablar de una música que me encanta, gusto que puedes compartir o no conmigo, serás bienvenido igual.
Tengo que decir que nunca he sido de música radiada, a pesar de esas épocas oscuras en las que no sabes muy bien por dónde tirar, y mucho menos, ya con el tiempo, de la música comercial radiada. Un invento al que llaman música de masas y que convierte cada canción en un producto. Un trozo de 3 minutos y medio de duración que te acompañará durante algunas semanas en el coche, en noches pachangueras de Huertas y en canales de videoclips de esta nueva escuela. Incluso llegará a tomar forma física y dependiendo de las ambiciones de las discográficas, convertirá a sus “mentores” en mochilas, estuches, carpetas, anuncios en los bollos de desayuno…
Todo adquiere una simpleza y una desidia que consigue maleducar el oído de los oyentes, acostumbrándoles a la canción-para-pasar-el-rato, alejándoles también de la buena música. Por supuesto la buena música puede ser simple, de dos acordes si se entiende mejor así. Pero transmite y es el fruto de un trabajo de un grupo de músicos y de sus vivencias, sentimientos y opiniones. Quizás sea por todo eso por lo que nunca he sido amante de la radio. Al menos de la de ahora, de la de final de siglo. De la que me ha tocado vivir.
Fue gracias a mi padre que, aunque con escueto repertorio, durante tantos y tantos viajes pasaba los cassettes y cd’s de lo que sin duda dibujó mi infancia y muchos de los lugares por donde viajábamos. No es nostalgia, pero sí la música que me ayudó a apreciar más tarde todo lo demás. Pasaban álbumes de Elton John, Elvis, Beatles o los geniales Bee Gees. Meat Loaf y Serrat a veces tenían algún hueco. Muchos y diversos estilos, es evidente.
Será asimismo por todo esto que dé un giro en mi esquema de hablar sobre la música negra y no retratarla como una mecánica serie de acontecimientos y estilos que van apareciendo en la línea del tiempo, sino como música y como el sentimiento que parecen tener innatos los artistas negros.
Al fin y al cabo la música negra, junto con el blues, son los estilos que más se aproximan al origen de la música contemporánea y sobre las cuales se han creado tantas y tantas variantes.
¿Capítulo siguiente? El funk y el soul.
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