Ahora mismo, en este preciso momento, somos el resultado de las experiencias que hemos vivido a lo largo de nuestra vida. Las experiencias van y vienen, como van y vienen nuestros modos de pensar y conocer las cosas. Vamos creciendo y en consecuencia lo va haciendo nuestro punto de vista sobre ciertos temas: amor, amistad, cultura, salud, sexo, limitaciones, aspiraciones...
No significa que vayan perdiendo importancia porque vayamos madurando, al contrario: nos volveremos más observadores y analíticos cuanto más queramos vivirlos y conocerlos. Cambiarán su forma, se harán más grandes o simplemente mutarán.
Precisamente ese engrandecimiento desencadenará más de una colisión con otras personas. Llegan las discusiones y las rarezas de cada uno. Cada uno tiene su torno y diseña su particular tinaja.
Es en la etapa universitaria cuando comenzamos a tratar con más generaciones. En la huracanada etapa adolescente nos encerrábamos todos en el mismo patio y nos pinchábamos sin el menor remordimiento bajo la atenta (de atención) mirada de nuestros progenitores y profesores. Ahora todo es distinto, el mundo es para nosotros, pero también es más grande que antes. Somos más libres y estamos más condenados que nunca a buscar nuestro camino, a conseguir una plaza en un inmenso aparcamiento que llaman sociedad.
No parábamos de oír de nuestros padres la "cantidad de hostias que nos iban a caer el día de mañana" y está empezando a chispear. Tratamos y trataremos con más gente y más definida que antes, de cualquier clase social y nivel cultural.
No hay que venirse abajo, no abandonarnos. De hecho debemos empezar a entrenar la capacidad de aprovechar las circunstancias más adversas para madurar emocionalmente. En eso consiste la resiliencia.
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